Tres mujeres

Lo más importante que me ha pasado en la vida ha sido aprender a leer.
Mario Vargas Llosa

Llega un momento en la vida en que ya no puede uno retrasar más —sobre todo si se dedica a juntar palabras— el dar las gracias a quienes le enseñaron a leer y a escribir. ¿Es una mera casualidad que fueran, en mi caso, tres mujeres? No lo creo.

Cuando en 1971, con cuatro años, entré en mi primer colegio, yo ya sabía leer.

Me había enseñado mi madre, utilizando para ello, entre otros materiales, la cartilla de lectura elaborada por mi abuela Lola, que era «maestra nacional».

Publicada en Málaga, al terminarse la Guerra Civil, en la pequeña editorial de mi abuelo Juan —la Editorial Denis—, la cartilla tuvo mucho éxito: se vendieron más de 500.000 ejemplares en unos pocos años, tanto en la ciudad como en otras partes de España. Por ejemplo, en Santander, a donde se hicieron muchos envíos.

Completé mi aprendizaje de la lectura y la escritura con doña Modesta, profesora y directora de aquel centro de preescolar de la calle de Andrés Mellado, en Madrid. Me encanta, por supuesto, la coincidencia de que el colegio se llamara «Benito Pérez Galdós» y de que muchos años después, al cerrarse, se instalara en el mismo edificio un Espacio de Igualdad bajo el nombre de María Zambrano: dos de mis autores más queridos, unidos de esa forma en un sitio tan especial para mí.

Mucha paciencia debió de tener conmigo doña Modesta, porque llegué a su clase ya aprendido. Al cabo de unos meses le dijo a mi madre, cariñosamente, que yo era «insoportable»: cada vez que escribía ella en la pizarra las frases que los niños debíamos copiar, casi no había levantado la tiza del encerado cuando notaba siempre un tirón en la falda. Al volverse me descubría allí, de pie, enseñándole mi hoja de papel y diciéndole: «Ya he acabado».

Mi letra se ha ido deteriorando con el tiempo y otras cosas, pero la poca claridad que aún pueda conservar se la debo a una regla repetida decenas de veces por doña Modesta. Una regla que nunca he olvidado y que aún procuro cumplir: «Escribid las palabras uniendo todas las letras sin levantar el lápiz del papel», decía. «Solo cuando terminéis de escribir cada palabra podéis poner los puntos en las íes y los palitos de las tes».

Empecé a practicar la escritura en las clases de doña Modesta y en los cuadernos Rubio de caligrafía que rellenaba con delectación. También en las cartas y postales que, con la ayuda de mi madre, le enviaba a mi abuela Lola, y que ella me respondía desde el despachito en el que trabajaba por las tardes, en la trastienda de la librería que regentaba en Málaga con mi abuelo, la Librería Denis: mi casa de las palabras.

Ha llegado para mí ese momento, no voy a retrasarlo más: ¡Gracias!

Muchas gracias, de corazón, a las tres mujeres que me enseñaron a leer y a escribir: a mi madre, a mi abuela Lola y a doña Modesta.

10 comentarios en “Tres mujeres”

  1. ¡Caramba, Víctor! Veo que además de aceite, corren letras por tus venas. Ahora entiendo tu calidad, ya que has crecido rodeado de literatura. Aunque con este don uno nace. Un abrazo

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  2. Ellas te hicieron el mejor regalo que se recibe en la vida. ¡Qué bonito homenaje!
    Sería maravilloso que cada maestro que deja huella, en algún momento recibiese el agradecimiento de sus alumnos.

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  3. Decía un profesor mío de la escuela universitaria de magisterio, que el pedagogo checo Comenio defendía que la educación debía ser lenta y repetitiva. Lo he recordado al contarnos tú la regla de escritura de doña Modesta. Qué bonito gesto tu homenaje en este texto, Víctor. Un abrazo.

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