Cumpleaños con Proust

Hoy vuelve a ser tu cumpleaños, Manuel, y hoy vuelvo a escribirte una carta. Otra carta que no leerás. Pero me viene bien hablar contigo, hacer como si el tiempo no hubiera pasado.

¡Ha pasado tanto tiempo, Manolito!

Hoy, como regalo de cumpleaños, quería contarte que hace unos meses las calles de Madrid se llenaron de Proust.

Al recorrer la Castellana, de cuyas farolas pendían los carteles que anunciaban la exposición en el Thyssen, era imposible no acordarse de ti.

Tú releías a Proust sin cesar. Siempre andabas con alguno de los volúmenes de En busca del tiempo perdido. Era tu biblia vital y literaria, el libro en el que practicabas la lectura profunda, persistente, obsesiva, apasionada.

No era para ti solo otro libro. Era el libro. Todo lo veías a través de su cristal. Exprimías sus páginas desentrañando cada línea, degustando matices de significado.

Teníamos dieciocho, veinte, veintidós años, Manuel. No sabíamos nada de la vida y lo sabíamos todo. O lo intuíamos, que a veces es mejor que saberlo. La belleza, el placer, el amor, el dolor… Y la literatura, en la que cifrábamos nuestros días. Ya lo había dicho Proust: «La verdadera vida, la vida al fin descubierta y dilucidada, la única vida, por lo tanto, realmente vivida, es la literatura».

Un milagro frente a mis ojos

Te escribo esta carta desde Málaga. Estoy pasando unos días en casa de mi madre. Te costaría, quizá, reconocer el jardín de mis abuelos en lo poco que ha quedado de él. El macizo de jazmines de la verja, sin embargo, es el de entonces, Manolito. Su perfume y su mensaje no han cambiado en las noches de calor.

¿Recuerdas aquellos días de verano? Fue en 1989, tal vez. ¿O quizá en 1990, o en el 91? No sé… Solo sé que me hizo mucha ilusión que conocieras el paraíso de mi infancia.

Qué ilusión te habría hecho a ti ver a Proust por las calles de Madrid hace unos meses, y visitar la exposición del Thyssen. Tal vez te habría parecido, como me pareció a mí, que faltaba en ella texto, que las citas de la novela eran demasiado escasas. Pero sin duda la habrías disfrutado, como la disfruté yo. Whistler, Moreau, Renoir, Vermeer, Turner… Y el retrato que hizo Zuloaga de la condesa de Noailles. Sí, te habría emocionado ver a Proust en Madrid.

En aquella época, siendo muy jóvenes, tu fervor proustiano me llevó a intentarlo otra vez, tras haber desistido unos años atrás. Mi madre tenía los libros en casa. Los había leído en los tomos de bolsillo de Alianza, que había hecho encuadernar con tapas de cartoné azul marino. Mi fascinación fue inmediata.

A veces, mientras leía en mi cuarto, ponía una cinta en la que tenía grabadas las Gymnopédies y las Gnosiènnes. La música de Satie me devuelve siempre a Proust y a aquellos años de amistad, de juventud y literatura. También a mi novia de entonces, que tanto te quería, ¿te acuerdas, Manuel?

Siempre que pienso en esa experiencia —una de las lecturas más intensas de mi vida—, me viene a la cabeza cómo describió nuestra adorada Virginia Woolf lo que sintió al leer En busca del tiempo perdido: «Fue como si un milagro estuviese sucediendo frente a mis ojos».

La belleza y el dolor

Desde que yo empecé la novela, nuestras conversaciones se enriquecieron. Siempre había en ellas espacio para el humor. Recuerdo que tú te burlabas de la traducción de Pedro Salinas, con su laísmo y sus nombres en español. «¡Pone “Francisca” en lugar de “Françoise”!», decías, y te echabas a reír. Recuerdo nuestro descubrimiento apasionado de la semiótica y lo mucho que nos gustó el Proust y los signos de Deleuze.

Recuerdo también la mañana de junio en que fuimos a la feria del libro. Estábamos sentados en una terraza del Retiro cuando te hablé de mi intención de ir rellenando mis lagunas en literatura clásica española. Tú me respondiste,  escéptico: «Una página mal traducida de Proust va a decirnos siempre mucho más que toda la obra de Lope de Vega».

Te gustará saber que aún conservo las libretitas en las que iba apuntando las frases de la novela que más me llamaban la atención. «Sólo tenemos del mundo unas visiones informes, fragmentarias, que completamos con asociaciones de ideas arbitrarias, creadoras de peligrosas sugestiones». O: «No se debe temer sólo el porvenir, sino también el pasado […], el que hemos conservado desde hace mucho tiempo en nosotros y que de pronto aprendemos a leer».

Van a cumplirse cuarenta años del día en que nos conocimos, Manolito. Tú acababas de cumplir dieciocho, era el otoño de 1985, empezábamos la universidad. Cómo olvidarme de tus carcajadas estruendosas por el pasillo de la biblioteca, cómo olvidarme de las bromas, de las conversaciones, de los descubrimientos y los entusiasmos compartidos. Yo creo que ya nunca me olvidaré.

No he vuelto a Proust desde aquellos años. Retraso una y otra vez mi propósito de releerlo. No me hace falta volver, porque en realidad nunca me he ido. Esa lectura es una parte muy importante de mí, y Proust está siempre presente. ¿O será que tengo miedo?

«En este mundo donde todo se gasta, donde todo perece», dice el narrador de la novela, «hay una cosa que cae en ruinas, que se destruye más completamente todavía, dejando aún menos vestigios que la Belleza: el Dolor».

Mi dolor por tu muerte, Manuel, fue cambiando —¡ha pasado tanto tiempo!—, pero no ha desaparecido. Ahí siguen sus vestigios, entreverados con la dulzura del recuerdo. Y ahí estás tú, con tu extraña forma de haberte ido y de seguir viviendo en mi corazón.

Feliz cumpleaños, querido amigo, y otro abrazo desde Málaga.

*

NOTA: Hoy, 17 de agosto, cumpliría años mi amigo el poeta Manuel R. Martín (1967-1997). Le dediqué dos textos en Gazeta de la melancolía y varios pasajes de Veinticinco de hace veinticinco. En este blog publiqué hace unos años su precioso poema inédito «La señal».


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2 comentarios en “Cumpleaños con Proust”

  1. Hay personas que nunca se olvidan. Y lecturas que tampoco. Gracias por hablarnos de ambos.
    (Me acabas de recordar que tengo pendiente desde hace años «En busca del tiempo perdido». Tengo que leerlo ya.)
    Un abrazo, Víctor.

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