Conversaciones de nunca acabar

A Carmen Martín Gaite

Cuéntame un cuento, Carmiña, uno cualquiera. No, uno cualquiera no: el que tú quieras contarme. Tú cuenta, que yo te escucho. Hay personas con las que no dejamos de hablar, ¿no crees? Con las que siempre hemos hablado, con las que ya la conversación nunca terminará. A pesar y por encima de los años y la vida que pasa. De la lejanía y los malentendidos, del cansancio, el dolor, la desmemoria que lo va royendo todo, o casi. A pesar de la muerte, también, ¿verdad, Carmen?

Te cuento: volvía yo de viaje, solo, un domingo de julio. Al poco de salir, paré a comprar el periódico y, sin echarle siquiera un vistazo (no recuerdo si por casualidad o por reservarme incluso los titulares para cuando estuviera en casa), lo puse portada abajo en el asiento del copiloto. Y así viajó todo el día, a mi lado, con la noticia oculta en primera plana. Iba yo triste, con esa sensación que tiene uno a veces de haberse equivocado de vida —tú ya sabes—, y al llegar por fin y darle la vuelta al periódico… Allí estaban tu cara, tu boina, tu melena, tu sonrisa: «Fallece Carmen Martín Gaite, premio Nacional de Literatura». Salí a dar un paseo. Había en el aire esa calma de los lentos crepúsculos de verano. A lo lejos, el perfil del monasterio temblaba bajo una luz de oro caído. No pude evitarlo —deja que te cuente—: mientras andaba me eché a llorar.

Hay personas con las que nunca hemos hablado, y sin embargo mantenemos con ellas una conversación sin fin, ¿no te parece? Aquel día de julio volví a recordar la ocasión que había desaprovechado muchos años antes de charlar contigo. Fue en la biblioteca del Ateneo, adonde por aquella época yo iba a menudo. Me emocionó descubrirte en un pupitre tres filas más allá, muy atareada. Creo que se cruzaron nuestras miradas un par de veces. No podía concentrarme, presa de los nervios y la indecisión: ¿me atrevería a saludarte, a proponerte un café? Era inútil, ya sabía yo que no. Y escribí aquella nota, que al irme te dejé sobre la mesa murmurando una disculpa, sin detenerme, aunque me diera tiempo a entender, por cómo me miraste, que sí, que quizá sí habrías hecho una pausa para hablar conmigo. «Querida Carmen: muchísimas gracias por todos sus libros (Retahílas, La Reina de las nieves…), pero sobre todo por El cuento de nunca acabar».

El cuento de nunca acabar: apuntes sobre la narración, el amor
y la mentira. ¿Cuántas veces lo habré leído, en mi viejo ejemplar de Trieste ya desencuadernado? Recuerdo una de ellas, enfermo, en cama, con esa molicie que nos dan unas décimas de fiebre. ¡Qué bien hablamos aquellos días —¿verdad, Carmiña?—, qué charla más placentera! Y no hemos dejado de hacerlo. Porque hay conversaciones que no terminan, aunque sea con personas con las que nunca hemos hablado. Conversaciones de nunca acabar.

*

NOTA: No quería dejar pasar el centenario del nacimiento de Carmen Martín Gaite sin publicar aquí algún texto sobre ella. Este procede de mi libro Gazeta de la melancolía (Libros Canto y Cuento, 2020). Ya antes le había dedicado otras entradas en mi blog: aquí pueden consultarse. Dentro de unos días, el jueves 23 de octubre, presento La cinta verde en Salamanca, donde nació la gran escritora, y aprovecharé para rendirle un pequeño homenaje.


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2 comentarios en “Conversaciones de nunca acabar”

  1. Precioso, Víctor, me ha emocionado leerlo.
    ¿Sabes que nunca he leído nada de Carmen Martín Gaite? Ya sé que voy tarde, tendré que leerla, son muy tristes las conversaciones que nunca empezaron.
    Un abrazo muy grande.

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