Yo también —lo digo humildemente— me quedé prendido de ese “maravilloso silencio” del que habla Cervantes en el Quijote:
«Fuéronse a comer, y la comida fue tal como don Diego había dicho en el camino que la solía dar a sus convidados: limpia, abundante y sabrosa; pero de lo que más se contentó don Quijote fue del maravilloso silencio que en toda la casa había, que semejaba un monasterio de cartujos». (II, XVIII).
Ha glosado muchas veces Azorín, gran amante del silencio, este breve pasaje en que don Quijote visita la casa de don Diego Miranda, el Caballero del Verde Gabán. Se trataba, nos dice en un texto, de «un silencio profundo, un silencio ideal, un silencio que os sosiega los nervios y os invita al trabajo». Y en otro artículo recuerda que «Cervantes siente el ansia de soledad», y llama la atención sobre el hecho de que concuerde «el concepto de silencio con el adjetivo “maravilloso”, y que al mentar la quietud le adjudique igual adjetivo».
José Bergamín, en su precioso La corteza de la letra, tiene un texto titulado “Los maravillosos silencios”. Repasa en él las dos veces en que encontró esta expresión en el Quijote (la ya mentada y otra de la primera parte: el episodio del entierro del fingido pastor Grisóstomo), más otra, en la historia de la hermosa Ruperta del Persiles y Segismunda: «¡Genial acierto el de Cervantes! Su “maravilloso silencio” nos ilumina», dice Bergamín, con «viva luz de alma», y añade que estos tres “maravillosos silencios” «nos invitan a reflexionar, a meditar, maravillosa, silenciosamente».
Menos mal que han existido en nuestro país escritores como José Jiménez Lozano. ¡Cuántas veces no habrá hablado él en sus libros del silencio, también del cervantino! En Segundo abecedario nos dice que el “maravilloso silencio” y otros tantos silencios que aparecen en la obra de Cervantes «quedan en nuestro corazón». Y fray Juan, en El mudejarillo, «estaba determinado a irse a una Cartuja que estaba más allá de Segovia, en medio de la sierra, entre robles y un maravilloso silencio».
También Andrés Trapiello ha recordado en muchas ocasiones la querencia de Cervantes por el buen silencio, y la ha hermanado con la suya propia. Así tituló uno de sus artículos en prensa, “Maravilloso silencio”, para cantar la añoranza por el que reinaba en los viejos trenes, donde todavía un hombre podía ser feliz, «solo, sin hablar con nadie, mirando por la ventanilla paisajes sucesivos, pensando sin pensar en nada, que es como mejor se piensa, en esa monotonía lluviosa de los rebaños que pastan y las ciudades que se pierden para siempre».
En ese bellísimo libro que es Un año en la otra vida, José Mateos incluye una escena de fantasía delicada. Atravesando el muro de los siglos, se asoma a la estancia en la que escribe Cervantes «a la luz de un velón tembloroso». ¿Y qué nos dice de esa estancia? «Un silencio maravilloso lo llenaba todo, interrumpido nada más por el rasguear de la pluma sobre el papel y, a veces, por los rumores de la noche…». Al cabo de unos minutos, don Miguel se echa a reír de algo que había escrito, y esa risa se concierta con el maravilloso silencio, porque «se reía abiertamente, con toda el alma, o sea, con todo el cuerpo, y nada me gustó más», dice aquí Mateos, «que esa alegría en medio de tanta pobreza».
Sigamos —para terminar— con Cervantes, quien, de nuevo en el Persiles, le hace decir a Renato:
«¡Oh soledad alegre, compañía de los tristes! ¡Oh silencio, voz agradable a los oídos, donde llegas, sin que la adulación ni la lisonja te acompañen! ¡Oh qué de cosas dijera, señores, en alabanza de la santa soledad y del sabroso silencio!».
¿De dónde vendrá este amor por el maravilloso, por el sabroso silencio?
¡Qué gran publicación, Víctor! ¡Me ha encantado! Me la guardo en favoritos porque volveré a ella, te lo aseguro. Cada vez valoro, persigo y disfruto más esos maravillosos silencios…
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Muchísimas gracias, Berta, me alegro de que te haya gustado. El silencio es un lujo, para quien quiera apreciarlo. Saludos.
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Lo he disfrutado muchísimo Víctor. Una delicia.
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Muchas gracias, Carmen.
Ha escrito Trapiello en algún sitio que con la extensión de los vehículos de motor en España, a mediados del siglo XX, se perdió en gran medida ese «maravilloso silencio» cervantino. Pero todavía hay sitios, hay momentos, en que es posible disfrutarlo.
Un saludo.
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