¿Querías manejar la delicada materia de la vida y que no te estallara entre las manos? Por más cautelas que tomaras, no serías tan ingenuo como para creer que podrías controlar los efectos y las consecuencias de lo que escribías, ¿no?
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La paciencia de los libros. ¡Qué manera de esperar! No tienen prisa alguna, tan tranquilos en sus estantes: ahí seguirán para nosotros el tiempo que haga falta, indiferentes al polvo que van acumulando… y a nuestra indiferencia. Les da igual, saben que algún día acudiremos a ellos.
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«Acaso», «tal vez», «quizá», «a lo mejor», «es posible», «puede que»… Agradezco disponer de tantas fórmulas para expresar la duda o la incerteza. Estaría bien —me digo— que emplearan más estas fórmulas quienes tienden a las afirmaciones rotundas y que las usáramos menos quienes abusamos de ellas tal vez.
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Te extraña que a un amigo no le guste un autor por el que tú sientes una gran admiración. Esperabas que le entusiasmara como a ti, porque ya antes coincidisteis en otras devociones literarias. Pero no funcionan así las afinidades electivas en lo referente a la lectura. Haber compartido con otra persona el aprecio por un libro, o incluso por muchos libros, no garantiza que vaya a suceder lo mismo con los siguientes. Lo normal es no coincidir.
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Cómo nos duelen, a veces, los libros que aún no hemos leído.
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Escritores pomposos, escritores que se creen importantes, ¡escritores que se toman en serio a sí mismos! (Ridículos escritores).
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Escribir lo vivido: ¿desvirtuarlo, falsearlo, bastardearlo? O malbaratarlo, al contaminar los recuerdos con las sutiles alteraciones que introduce en ellos el mero hecho de ponerlos por escrito. Sin olvidar la mezcla más o menos deliberada de lo vivido con lo inventado. Al final, de una forma u otra, gana siempre la ficción.
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