Las dos voces

         —¿Habrán merecido la pena? Las dudas, los temores, la soledad, el tiempo robado al sueño, los cientos de horas de trabajo obsesivo… Y la ilusión, por supuesto: la emoción, el sentimiento. ¿Habrán servido para algo?

Eso me dice una de las dos voces que hablan dentro de mi cabeza. Menos mal que también escucho a la otra:

         —Has escrito la novela que querías escribir.

Hace unos diez días le entregué a Pre-Textos la versión final del manuscrito, tras dos agotadores meses de corrección. Cuando empecé a revisarlo, el 11 de abril, pensé que sería cosa de una semana. ¡Había corregido la novela ya tantas veces! Dos meses después, exhausto, me he librado al fin de ella. (Por ahora).

No sé si he salido indemne del proceso. Entre otras cicatrices, queda la de la incertidumbre.

         —¿Tendrá algún valor esa novela? —me susurra al oído la primera voz—. ¿Estás seguro de haber conseguido lo que querías? ¿Y de dónde viene ese absurdo empeño tuyo por reconstruir mundos perdidos? Tú sabías que eso era imposible.

         —Pero no había más remedio —me recuerda la otra voz, menos vehemente, aprovechando un silencio de la primera—. Esa historia tenías que contarla.

«Solo» una historia de amor

Le hago caso a veces a la primera voz, y me pierdo en las preguntas. ¿Se entenderá lo que he querido hacer, lo que he querido decir? No es, ni mucho menos, un libro críptico; sin embargo… Sí, esa voz debe de tener razón: las dudas y el temor están ahí. Temor al fracaso. A la indiferencia, a la incomprensión, incluso al desprecio.

Al fin y al cabo, mi novela cuenta «solo» la vida de un grupo de chicos, a principios de los ochenta, en el barrio madrileño de Argüelles, y sus últimos años en el colegio. Es una novela de aventuras y descubrimientos —¿quizá triviales?— y una novela de amor: la historia de un amor adolescente en el Madrid de la Movida y los atentados de ETA.

         —Puedes escuchar todo lo que quieras a la otra —me dice la segunda voz—, pero sin hacerle mucho caso. Has contado, en tu novela, lo que querías contar. Y tiene algo, algo muy valioso. Tú sabes bien qué es.

La primera no calla, busca argumentos para descorazonarme.

—Es muy distinta a todo lo que has escrito hasta ahora. Tus escasos lectores no van a encontrarte en ella. La has llenado de fiestas, de leche de pantera y de minis de cerveza; no hablas más que de fachas, rojos, punkis, mods; de porras, lunchacos y pipas; de enfrentamientos con los profesores y los curas, de bromas, risas, pellas y gamberradas; sacas una visita al Rock-Ola, un concierto de Nacha Pop y un fugaz encuentro con Enrique y Álvaro Urquijo; cuentas con detalle lo de la revista y la obra de teatro que hacen los protagonistas, y no dejas de citar canciones, muchísimas canciones pop de aquellos años, los primeros ochenta. ¿Hay algo de Colden en esa novela?

         —Deja que hable, ya se cansará —me tranquiliza la segunda voz, que prefiere hablarme a mí y no enfrentarse a la primera—. En la novela están tus temas, tu mundo. Hay en ella soledad, melancolía, árboles, silencio, montaña, literatura, otoño…, además de reflexiones sobre la memoria, la ficción, la escritura, la amistad y el amor. ¡Hasta salen Málaga y Asturias! Además, el narrador lleva el mismo nombre que el de Inventario del paraíso, y por lo menos cuatro textos de Gazeta de la melancolía podrían considerarse un germen de esta novela: «Discos de antes», «El regreso», «Lágrimas de ámbar» y «Te espero en Madrid». Pero, claro, eso a la otra no le interesa mencionarlo…

Ginzburg al rescate

¿Será posible la creación sin el tormento de las dudas, de la inseguridad, de los temores, de la aprensión? ¿Sin el diálogo constante en la cabeza, desde que concibe uno su proyecto, entre las dos voces?

De las que me hablan a mí, la primera solo calla durante un buen rato cuando la segunda cita a Natalia Ginzburg.

         —Acuérdate de lo que escribió en aquel texto titulado «La critica» y recogido en Mai devi domandarmi: «Si hemos amado de verdad, y amamos, nuestra obra, sabemos que lo que le ocurre, su curso y su suerte, la incomprensión o el favor que pueda encontrar, no tienen sino una importancia efímera […]. En realidad, quien escribe no tiene derecho a pedir, para su obra, nada a nadie.  […].  Quizá no sea útil que piense demasiado en las obras que ha terminado y que van, en medio del silencio o del ruido, por su camino. Ha tenido el gran placer de escribirlas; y esto, en el fondo, debería bastarle para siempre».

→ Mi nueva novela saldrá en octubre de este año, publicada por la editorial Pre-Textos.

→La primera imagen con que ilustro este texto es de Clker-Free-Vector-Images, y la segunda es de fajarbudi86. Ambas las he encontrado en Pixabay.

8 comentarios en “Las dos voces”

  1. La generosidad del escritor, volcarse y vaciarse en un libro.
    Si has escrito » lo que querías escribir» es la única manera de hacerlo, y te hace aún más grande.
    Deseando tenerlo en las manos.
    Un abrazo Víctor.

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    1. Muy bien visto, Beatriz: no es posible, no, salvo a un coste enorme… Y, sí, duelen esas dudas. La emoción va a ser muy grande cuando por fin vea el libro publicado. Muchísimas gracias por tu mensaje y un abrazo.

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