Queridos escritores y amigos de escritores: alguien tenía que deciros estas cosas bien clarito, y como Alberto Olmos no parece por la labor…
Enseguida vamos a ello. Pero, antes, una breve introducción para no avisados.
La introducción
Viven muchos escritores en el error de creer que sus amigos, por serlo, deben comprar los libros que ellos escriben.
Por otra parte, no pocos amigos de escritores piensan —también de forma equivocada— que esos escritores que son amigos suyos, como lo son, han de regalarles sus libros.

«Con lo que me quiere mi amigo Jorge, ¿cómo es que no ha comprado todavía mi último libro?», se preguntará, tal vez, una escritora, justo en el mismo momento en que el tal Jorge, en su casa, le explica a su hermano: «La considero una de mis mejores amigas, pero acaba de sacar libro nuevo y, nada, que no me lo regala».
A ello
A ello, vamos a ello.
Empiezo con vosotros, amigos de escritores: abandonad, por favor, de una vez, la absurda suposición de que estos deban regalaros sus libros. ¿Sabéis cuántos amigos tienen? ¿Os habéis preguntado cuántos libros habrían de regalar si tuvieran que darle uno a cada una de las personas por las que sienten algún afecto?
Si tan amigos sois, ¡comprad un ejemplar, hombre ya! Aunque os fastidie espolear aún más de esa manera el funesto ahínco con que el amigo escribidor se viene dedicando desde hace ya demasiado tiempo a producir prosa de estilo plúmbeo, tiradas interminables de versos, dramas que no hay quien entienda o lo que sea que haya dado en escribir.
Escritores, ha llegado vuestro turno. Prestad atención: no, vuestros amigos no tienen por qué comprar los libros que escribís y que alguna desprevenida editorial ha tenido la insensatez de publicaros. ¡Si además pecáis de prolíficos —qué digo, de prolíficos: de incontinentes— y os obstináis en enjaretar «obra» tras «obra», como os gusta llamarlas! ¿Tendrán vuestros amigos que comprarlas todas? Eso no hay amistad que lo resista.

Y ya que estamos: en el improbable caso de que esos amigos vuestros compren los libros que escribís, no incurráis en la ingenuidad de creer que los leen, en la simpleza de pensar que les gustan ni en el despropósito de esperar que os digan después lo mucho que han disfrutado y aprendido con ellos. ¿Cuántas probabilidades hay de que pase alguna de estas cosas? ¡Poquísimas! Y muchas menos de que ocurran las tres al mismo tiempo.
Coda
Tengo para mí que la literatura y todo lo que la rodea es ámbito especialmente propicio para las supercherías, los prejuicios, los embelecos, las monomanías y la ofuscación. También para los malentendidos.
Hoy he querido hablar de uno de ellos. Alguien tenía que hacerlo: alguien tenía —sí— que miraros a los ojos, queridos escritores y amigos de escritores, y deciros estas cosas, por fin, muy a las claras.
Más claro, ¡agua! Blanco y en botella, leche. Gracias sobrino por explicar para legos (y no legos) en la materia la realidad. Dejemos la fantasía a las novela, el cine, la pintura, la música, la danza, la poesía… La realidad es cruda y cada cual se la guisa a su modo. Yo también fui un pecador de la pradera. Soy ahora «el arrepentido». Solamente en algo discrepo contigo, no por discrepar colodroniano ni por mi carácter más bien optimista, sino por experiencia. A lo largo de estos últimos cuarenta años de mi vida publicando, he tenido algunos orgasmos cuando algún amigo y algún desconocido, ha comprado el libro, lo ha leído y me ha comunicado que lo subrayó, le dio claves, lo disfrutó y en tres raras excepciones, lo convirtieron el libro de cabecera (supongo que por breve tiempo, para no tener dolor de cabeza). Un abrazo
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Gracias, Alfonso! Yo también creo en esos encuentros maravillosos propiciados por los libros, incluso por los que uno escribe. Un fuerte abrazo.
Me gustaMe gusta