La escritura inevitable

«¿Cómo haces para escribir tanto?», me preguntan a veces.

Escribo menos de lo que quisiera, pero el secreto, si lo hay, no está en lo que hago, sino en lo que dejo de hacer para poder escribir.

En las películas y las series que no veo, en las exposiciones que no visito, en los conciertos y las obras de teatro que me pierdo. Más los periódicos, las revistas y —¡ay!— los libros que no leo. (Ya no recuerdo quién dijo que llega un momento en la vida en que o se lee o se escribe). También en todas las actividades, los encuentros, las conversaciones a las que renuncio.

Si no lo hiciera, si no renunciara a muchas cosas, no escribiría tanto.

«¡Qué exagerado!», habrá quien piense. «Se puede compaginar todo, no hay por qué renunciar a nada para escribir».

Dependerá, claro, de las personas. De sus circunstancias, de su energía, de si escriben con más o menos facilidad, de muchos otros factores. Pero, en última instancia, todo se reduce a la decisión acerca de cómo emplear el tiempo, más o menos limitado, de que se dispone.

Lo diré de otra manera: hay que elegir. (Es la condena de la libertad). Elegir si quiere uno escribir o no, si va a ceder —también eso puede elegirse— a la necesidad de hacerlo o, por el contrario, continuará resistiéndose, desoyendo el mandato, la voz que se lo exige.

Me acuerdo siempre de lo que le contaba Lawrence Durrell en una carta a Henry Miller, en la época en que vivía en Chipre con su hija, una niña muy pequeña. Era tanta la fuerza de la historia que quería contar, tenía tanta fe en ella, que se levantaba todos los días a las cuatro de la madrugada para escribir antes de que la niña se despertara y de tener que ir él luego al trabajo. Esa historia, esa novela, se publicó unos años después bajo el título de Justine.

«Renuncia, sacrificio…», ya oigo que me dicen. «Vaya concepto de la escritura más sufrido».

No.

Se trata solo de tener historias que contar y de creer en ellas lo suficiente para —con la alegría de lo inevitable— dedicarle tiempo a escribirlas.

1 comentario en “La escritura inevitable”

  1. […] Habrá a quienes doscientos setenta y tres les parezcan pocos días en un año. Otros dirán: «¡¿Cómo haces para escribir tanto?!». La respuesta a la pregunta de los segundos (pero, bueno, si insisten, también pueden leerla los primeros), se encuentra en otra entrada de este blog, del pasado septiembre: «La escritura inevitable». […]

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