Reproduzco aquí el prólogo de Gazeta de la melancolía que al final no se incluyó en el libro: el editor, José Mateos (Libros Canto y Cuento), me propuso dejarlo fuera, y yo entendí que era mejor así. No hacía falta alguna. Sin embargo, como le tengo algo de cariño al texto, he decidido publicarlo ahora de esta forma.
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Prólogo de Gazeta de la melancolía (no incluido en el libro)
En el pálido reflejo de otro otoño, la escritura persistente del cronista. Años ya, de enviado especial a ese país… ¿Frágil empeño, contar la vida? Pero sus textos han ido levantando un mundo. Un mundo minúsculo y delicado donde a veces el silencio surgirá de las palabras. Y alumbrará una calma inexplicable, como la de esas esferas de nieve con que las almas sencillas se encandilan un segundo.
Gazeta de la melancolía: noticias de un reino extranjero, que es el propio escribidor. En él no solo hay niebla, amarguras viejas y soledad, o el recuerdo de los amigos que se fueron, sino motivos también para el entusiasmo y la alegría: la risa de los hijos, el murmullo de unos aspersores, unas palabras bien dichas o la fronda de un árbol por el cielo que otra vez una niña ha pintado de azul.
En la hora más extraña del invierno, el sonido de las teclas, de la pluma en el papel. Se obstina el cronista en la prosa, ya no piensa abandonar. (¡Va tan rápido todo!). Contará lo que recuerde, sin omitir el dolor ni la intuición de la belleza. Hay urgencia en sus páginas, y el esmero de quien busca algún grano de verdad: aunque dice ser un descreído, mantiene su fe en la escritura.
Y ha salido al aire libre, sí. Lo han llamado el frío y los caminos de la tarde, la voz azul de las montañas a lo lejos… Más las calles de Cádiz, de Roma o Madrid. Acogido luego a su refugio, del silencio ha ido sacando las palabras. Textos llenos de lo suyo: ¿peca el corresponsal de egolatría? Algunas cosas —él lo sabe—no se eligen, y solo puede rendirse uno a ellas.
En lo oscuro de la noche de verano, la enigmática tonada del autillo. Una voz —una baliza sonora— que al principio nos parece petulante: «Este soy yo», le oímos repetir. Aunque tal vez su mensaje sea otro: «Tú eres ese, el que escucha». ¿No es lo mismo en la prosa del cronista? Se diría que anda pidiendo todo el rato: «Mírame, estoy aquí», y es apenas su manera de decirte que no estamos siempre solos.
No lo estamos. Siempre hay cerca algún alma sencilla girando una esfera de nieve.
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Muchas gracias, Beatriz, por la buena compañía, y un abrazo.
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